Testimonios de la existencia
Mis discos favoritos de 2025 + un pacto con TRISTÁN! + una versión mediterránea de Broadcast
Mira que me gusta el último disco de Smerz, Big city life, pero no he escuchado el disco de edits que han sacado, donde otros artistas versionan o alteran de alguna manera las canciones del álbum. Con los discos de edits me pasa que los considero parte de esa nebulosa de música que para mí no existe en el plano real y por lo tanto no he de hacer nada con ella: canciones para películas, covers, discos de remixes, ediciones deluxe. No me gusta que la música venga ya con su propio contexto predeterminado porque entonces no puedo crear el mío. No, por supuesto que no voy a escuchar una canción de una adaptación al cine de Cumbres Borrascosas solo porque la hayan hecho Charli xcx y John Cale.
Esto no quiere decir que no me guste que hayan publicado Big city life EDITS. De hecho creo que es un documento muy valioso porque funciona como testimonio de la existencia de esa escena de scroll-pop que se ha desarrollado en Copenhague con el Rhythmic Music Conservatory como epicentro. Que haya un kilómetro 0 tan exacto a partir del cual empezar a rastrear el camino de cierto tipo de pop es algo bastante insólito porque, como todo el mundo sabe, los espacios físicos ya no existen.
Para celebrar ese pequeño chispazo de fisicidad, he estado haciendo el tour virtual que hay en la web del Rhythmic Music Conservatory y parece una especie de cafetería de especialidad gigante. Da un poco de rabia pero supongo que en este caso lo que está mal es la cafetería y lo que está bien es el conservatorio: no tengo conocimientos suficientes para proponer un ambiente mejor para aprender y tocar música pero sí que se me ocurren varios ambientes mejores en los que desayunar.
Efectivamente en el RMC de Copenhague estudió una de las dos Smerz, Henriette Motzfeldt. La otra, por cierto, es hija de un ex-primer ministro noruego y ex-secretario general de la OTAN (you got time and you also got money). Considero que *pop socialdemócrata* es una etiqueta musical increíble y os la cedo aquí sin coste alguno para que la uséis como queráis.
Erika de Casier, ML Buch, Fine, Astrid Sonne, Molina y Clarissa Connelly también estudiaron allí y todas participan en Big city life EDITS, que básicamente quedará para la posteridad como una orla colgada en el pasillo de un instituto. Es como un frame que captura algo que en movimiento quizá no resulta tan evidente. Hace unos meses The Guardian mandó a alguien a conocer el conservatorio y escribió un artículo que parece un contenido patrocinado del gusto que da todo lo que se cuenta en él. “They take me to room U101, a plush studio equipped – like almost every studio here – with a grand piano, drum kit, recording equipment and a view of passing cyclists”.
Mira que me gusta el último disco de Smerz, decía. Más concretamente, no hay ningún otro disco de 2025 que me haya gustado más que Big city life, tal y como se puede ver en el mosaico de portaditas de aquí abajo. No quisiera que esto pasara a ir sobre mí, pero mi lista de discos favoritos de este año también me servirá dentro de un tiempo como testimonio de la existencia de esta escena (Smerz, Erika de Casier) y sus diferentes ramificaciones más allá de Copenhague (Betty Hammerschlag, Rat Heart).
Algo parecido a una escena es lo que también está generándose desde hace un tiempo en los contornos del colectivo rusia-IDK, que lleva unos cinco años polinizando todo el terreno musical que tiene a su alrededor. La estructura de boyband de rusia-IDK construye instantáneamente el tipo de relato que conduce a que medios como Dazed cuenten tu historia, pero el riesgo de homogeneización es muy alto con asociaciones musicales como la suya. Imagino que debe ser bastante frustrante que siempre hablen de ti como un pack: los packs matan los matices. Después de conseguir una identidad colectiva sorprendentemente rápido, supongo que el siguiente objetivo es que cada componente afiance la suya propia. Están en ello. En cierto modo te toca desandar individualmente parte del camino que ya has andado como colectivo.
TRISTÁN! lleva desandando ese camino desde que se unió a rusia-IDK en mayo de 2022. Siempre ha ido a su bola. Es como esos juegos para niños pequeños en los que aparecen un limón, una manzana, una pelota de tenis y una naranja y hay que localizar el elemento que no encaja. Para no dar nada por sentado, aclaremos que TRISTÁN! sería la pelota de tenis dentro de rusia-IDK.
En octubre sacó Tristán, Ahora con Reloj, su primer álbum. Un disco que me interesa muchísimo, de esa forma tan concreta en que me interesan todos los discos que se sostienen sobre un pacto de confianza con la persona que lo escucha. No sé bien cómo argumentarlo, pero noto perfectamente cómo TRISTÁN! se abandona a sí mismo y se pone en mis manos al escuchar Tristán, Ahora con Reloj: confía en que el oyente entienda qué está intentando hacer.
En una entrevista con El Mundo dijo que en el disco hay “mucho sentido del humor” y “mucha ironía”. Evidentemente alguien nacido en el 2004 no haría un disco de *dad music* como este de manera no irónica, pero asumirlo así en voz alta me parece una forma de dejar entrever ese pacto. En algún momento me gustaría preguntarle a TRISTÁN! qué sonaba en el coche de su familia cuando era pequeño porque creo que así entenderé mejor este álbum.
Si no aceptas el acuerdo de confianza que propone TRISTÁN! (parecido en cierto modo al que también proponen Karl D’Silva, Azuleja, Daryl Johns, Cabiria o Dijon en sus últimos discos), lo más normal es que canciones como Life is a Movie, Tutta la Notte o Green Love simplemente te den un poco de vergüenza ajena y ya. Pero no es justo reducir un disco así al cringe. Es más: no es muy inteligente reducir al cringe un disco que busca lo excesivo, lo hortera, lo bobo, lo cursi y hasta lo casposo de manera tan autoconsciente. TRISTÁN! va tan a tope con su decisión que confía en que el oyente se convierta en cómplice.
Todo esto se entiende definitivamente en Estoy Amándote Tan Fuerte, su dueto con Guitarricadelafuente, que de alguna forma es una canción casi meta, como esas películas en las que de repente se simula un rodaje y tú no sabes bien si estás viendo la película o la película dentro de la película. Cuando TRISTÁN! dice eso de “me entrego a la intensidad”, es como si estuviera hablando de la propia canción desde dentro. Frases como “quiero vértelo hacer hardcorе” funcionan en ese contexto de complicidad disco-oyente: fuera de ese círculo nadie quiere oír a nadie decir eso.
Si se pone un poco de atención, en el 2’14’’ puede notarse perfectamente cómo la canción ya está lista para irse desinflando poco a poco como haría cualquier otra canción y, en cambio, TRISTÁN! decide hincharla todavía más para poner a prueba el pacto. El disco tiene más momentos pasados de rosca como ese, pero este es el más evidente. Y hasta termina entrando un solo de guitarra tan chillón que suena como como suenan los fuegos artificiales cuando están cogiendo altura antes de estallar más cerca del cielo. Ya puestos, tampoco hubiera sido tan raro que en un disco así sonaran fuegos artificiales de verdad, ¿no?
Uno de los discos que más estoy escuchando últimamente es We live in sand, que es el tercer álbum de Snakeskin, un dúo libanés de dream-pop con interferencias. Julia Sabra canta y Fadi Tabbal produce. Especifican que compusieron We live in sand en octubre de 2024, es decir, justo cuando el genocidio israelí en Gaza saltaba al Líbano y terminaba llegando a Beirut. Da la casualidad de que este año también he escuchado mucho otros dos discos hechos en Líbano: Sametou Sawtan de SANAM y I remember I forget de Yasmine Hamdam. Por lo tanto tenemos aquí tres puntos que de momento no sé cómo unir de ninguna forma.
Escuchando We live in sand tengo esa misma sensación que siento a veces cuando escucho músicas hechas en ciertas partes del mundo. Normalmente me pasa con zonas del planeta que me pillan lejos, pero por ejemplo también lo noto con mucha música hecha en Italia o Irlanda. Son músicas que resuenan como si cargaran con el peso de toda una civilización. Capas y capas de acontecimientos que se sedimentan en las canciones.
Es como si We live in sand fuera una especie de cañería gigante a través de la que descienden veintipico siglos de historia. Supongo que estoy exagerando. Supongo que lo que pasa es que simplemente escucho el disco como un turista. Supongo también que bastaba con decir que en muchos momentos me parecen una versión mediterránea de Broadcast para que alguien proceda instantáneamente a escuchar a Snakeskin.
Tengo una playlist donde voy metiendo mi música favorita del año:
y otra que vacío y lleno cada domingo según lo que voy escuchando durante la semana:









Me temo, sin embargo, que no soy capaz de escuchar TRISTÁN!, ya que mi mujer quería llamar a nuestro hijo Tristán y he tenido que luchar con uñas y dientes para que esto no ocurriera, ya que Tristán es, posiblemente, el peor nombre del idioma inglés.
una versión mediterránea de Broadcast = WHERE DO I SIGN UP????!!!!!!